Encuentro cierta crueldad cuando me preguntan "¿Cómo estoy?". No especialmente, debe sucederme algo negativo para no querer responder, pero a mis 30 's, siento que el significado de las palabras comienza a tener otros sentidos, o quizá son las personas que deciden preguntarme, lo que realmente me incomoda.
Lo cierto es que aun no termino de descifrarlo, pero en ambos casos estoy comenzando a tener cierto grado de sentimientos por ellas, su significado y lo que causan en mí y así mismo… lo que causó al usarlas en otros.
Me tambaleo entre la cortesía, la hipocresía y la incomodidad, muy pocas son las veces que la sinceridad puede emanar de mis labios y compartirme con alguien o dejar que alguien se comparta conmigo.
Y es que aún no comprendo cómo una persona que te lastima a tal grado de cuestionarte a veces hasta la existencia, y hacerlo de manera consciente, al paso de un tiempo se atreva a preguntar: "¿Cómo estás?", ¿qué debería de responder?
“Bien, gracias. ¿Y tú?"
"Recuperándome. ¿Espero que tú también estés bien?"
O que la curiosidad de personas que apenas conocemos quieran repentinamente saber de nuestro estado.
También están las personas que nos aman y en realidad sí se preocupan por tí pero sus preguntas llegan cuando nuestro dolor es demasiado notable y simplemente trasladar palabras a los labios es un martirio.
O quizá solo es la necesidad de llenar los silencios, lo que motiva a realizar una pregunta que se ha vuelto cotidiana pero no sincera.
¿Cómo estás?
Si fuéramos sinceros al preguntar, quizás seríamos parte de la cura y bienestar de a quién nos dirigimos.
Si fuéramos coherentes con nuestros sentimientos, quizá buscaríamos o nos apartariamos del camino de la otra persona.
Si fuéramos valientes, quizá aceptaríamos que no todas las preguntas merecen una respuesta, pero sí una presencia real.
Si fuéramos honestos, tal vez admitiriamos que también necesitamos ser preguntados de verdad.
Si fuéramos menos egoístas, tal vez escuchariamos más allá del “bien” dicho en automático.
Si fuéramos más humanos, quizá preguntaríamos con el corazón y no solo con la costumbre.
Quizá por eso me cuesta tanto responder ahora. No porque no sepa como estoy, sino porque no siempre quiero entregarme a quien pregunta.
Porque detrás del “¿cómo estás?” Hay mucho más que cortesía: hay historias, felicidad, recuerdos, heridas, silencios, sentimientos naciendo, vínculos rotos o todavía vivos.
Y a estas alturas, he aprendido que las palabras tienen cuerpo, peso y consecuencias. Así que cuando escucho “¿cómo estás?”, ya no pienso en la respuesta, sino en la intención.
Y a veces opto por el silencio.
También durante mucho tiempo he sido la que pregunta, pero ahora estoy trabajando en ser más sincera, coherente, valiente, honesta, entregada y humana.
Porque al final, no se trata solo de preguntar o responder, sino de estar. Y estar de verdad, con todo lo que eso implica.